Skip to main content

Carlos Bonfil, un aliado de la libertad

Carlos Bonfil fue, en el ambiente cinéfilo, un hombre y un nombre. Espectadores, colegas de la crítica, de la prensa y cineastas conversaban de lo que había pensado sobre alguna película, llenaban sus conferencias o, sobre todo, se lo podían encontrar, como si se teletransportara, en numerosas salas de la Ciudad de México y más allá.

Carlos Bonfil

Carlos seguía una dieta sofisticada que degustaba películas de vanguardia, clásicas, ganadoras de festivales; hablaba con soltura y elegancia sobre cualquier director, de Hong Sang-soo a Bruno Dumont. También, claro, de Roberto Gavaldón, a quien le dedicó un libro formidable, Al filo del abismo, en el cual celebró lo que llamaba el melodrama negro del gran director mexicano. En medio de su análisis, argumentado y ajeno a los caprichos de la emoción, brotó también su carácter wildeano para cuestionar la censura y el puritanismo que enfrentó Gavaldón.

Carlos fue un aliado siempre de la libertad, ya fuera sexual, política o estética, pero cuando atacaba al oponente prefería la ironía, así como cuando halagaba se armaba de sutileza. Su estilo era juicioso, elegante: una embajada de la literatura victoriana que lo formó, y una escuela para las generaciones de críticos que aprendieron tanto leyéndolo. Carlos además fue cercano a los jóvenes y participaba en actividades que fomentaran la aparición de opiniones nuevas. Con integridad y honestidad intelectual, respetaba las diferencias mientras sostenía sus puntos. Si hubo un demócrata en la crítica nacional, fue él, amigo de todos los cines y de todos los espectadores. Lo extrañaremos inmensamente.