06 · 26 · 25 Rafael Bernal y su complot mongol Share with twitter Share with facebook Share with mail Copy to clipboard Rafael Aviña Rafael Bernal, oriundo de Santa María La Ribera, Ciudad de México, nació en 1915 y murió en Berna, Suiza en 1972. Escribió la novela de El complot mongol en 1969. Sin duda, la amarga experiencia de la represión estudiantil de 1968 influyó en parte en su relato, si consideramos a los personajes militares de la misma. Al igual que otros autores mexicanos del género como Antonio Helú, quien escribió relato y novela policiaca antes de cumplir los treinta años, o María Elvira Bermúdez, otra gran impulsora del género que concibió sus primeros cuentos criminales a la edad de 32 años en la revista Selecciones Policiacas y de Misterio (publicación creada por el propio Helú), Bernal también publicó un par de novelas y algunos cuentos en esas mismas páginas de enigmas policiales a los 31 años: Un muerto en la tumba y Tres novelas policiacas hacia 1946. Como apunta Vicente Francisco Torres en la página web Enciclopedia de la Literatura Mexicana, estos, son protagonizados “por el detective aficionado Teódulo Batanes, hombre miope y desgarbado que tiene el vicio de usar sinónimos en cuanta cosa dice”. Rafael Bernal En 1946, Bernal impulsó, junto con Enrique F. Gual y Antonio Helú, el primer club literario del género policíaco en México, denominado “Club de la Calle Morgue”. Más tarde, influenciado con seguridad por la obra hard boiled de los escritores “duros” estadounidenses, como Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Mickey Spillane y por las versiones fílmicas de sus obras, Bernal concibió de alguna manera la primera gran novela policiaca noir a la mexicana con un lenguaje cínico y desparpajado cargado de mucho humor negro, muy distinta a la solemnidad de sus primeras obras apostando por el monólogo interior y la fascinación por esa urbe caótica, peligrosa y corrupta que era ya la ciudad de México a finales de la década de los sesenta: “Hay que sacarle el cuchillo de las costillas. No se puede gastar un cuchillo para cada muerto. Más vale que Martita no lo vea. A veces los muertos aprietan las costillas. Como que se vuelven medio codiciosos. Y a ese cuchillo le he tomado cariño. Ya solito sabe el oficio”.La primera versión fílmica de su novela corrió a cargo del español Antonio Eceiza: El complot mongol/La intriga total (1977), con un reparto que incluía a: Pedro Armendáriz hijo como el detective Filiberto García, Blanca Guerra como Martita, Ernesto Gómez Cruz el sujeto alcohólico y transa mejor conocido como El Licenciado, Tito Junco como El Licenciado del Valle, Claudio Obregón El Coronel y Fernando Balzaretti como el agente estadunidense Graves. Se trata de una de las mejores obras del cine policiaco mexicano de esa década de los setenta cuyo protagonista es un cínico y duro detective hábil con los puños y el manejo de la pistola, envuelto en una intrincada trama internacional que se desarrolla en el Barrio Chino de la calle de Dolores en el Centro histórico y Guerra es la bella joven de origen asiático en peligro, en un filme en el que su realizador retrata un ambiente particularmente brutal no exento de ironía, en un relato que exudaba violencia y sensualidad. El complot mongol/La intriga total (1977, dir. Antonio Eceiza) A diferencia de los falsos escenarios de La mafia amarilla (dir. René Cardona, 1972), por ejemplo, reproducidos en los Estudios América, Eceiza emplaza su relato en ese inquietante callejón de Dolores en el corazón del chinatown defeño, con sus farolitos, sus tiendas de productos de importación china, sus restaurantes y lavanderías, incluso un fumadero de opio, y lugares como el Shanghai y con Noé Murayama en el papel del chino Liu. Un relato de suspenso y acción violenta con el que Armendáriz hijo se trastocaba en la figura central de ese renovado cine policiaco a la mexicana o neo noir como lo mostrarían en breve: Cadena perpetua (1978), o Días de combate y Cosa fácil, ambas de 1979, estelarizadas por él mismo.Eceiza, cineasta vasco, oriundo de San Sebastián había filmado poco antes la coproducción México-Cuba, Mina, viento de libertad (1976), centrada en la vida de Francisco Javier Mina, militar de Navarra que colaboró con los insurgentes en la Guerra de Independencia de nuestro país. La adaptación de El complot mongol corrió a cargo de aquel y de Tomás Pérez Turrent, en la que se eliminó el humor negro y ácido de la obra original para apostar por un thriller violento, muy en deuda con el cine negro tradicional pero desde un matiz más crudo y desencantado. El complot mongol (2018, dir. Sebastián del Amo) La estilización del cine noir alcanzó un eficaz tono nostálgico e irónico en la nueva versión de El complot mongol realizada en 2018 por Sebastián del Amo: al inicio de los años sesenta, soviéticos y estadounidenses están convencidos de que China aprovechará la visita del presidente gringo para asesinarlo. En su intento por frenar esta intriga internacional, las autoridades mexicanas buscan a Filiberto García, detective y matón a la vieja usanza, siempre con la palabra “pinche” en los labios. García (Damián Alcázar) va descubriendo verdades a medias y secretos, mientras se introduce en las entrañas del Barrio Chino al tiempo que se cruza en su camino la bella china-mexicana Martita (Bárbara Mori).Sebastián del Amo pudo actualizar a los tiempos que corren y al estilo de la novela gráfica de hoy la trama de la novela. Sin embargo decidió arriesgar con un thriller que se sumerge en una violencia más paródica que brutal, sin abandonar su gusto por los relatos de recreación de época de un México ingenuo, popular y cinéfilo como lo hizo en: El fantástico mundo de Juan Orol (2010) y Cantinflas (2013).La sátira y el desdén hacia el sistema político mexicano, el tema de la sustitución de militares por civiles en el poder, las traiciones en las altas esferas políticas, la intriga de espionaje en la que intervienen rusos, cubanos, mexicanos, estadounidenses y chinos y los personajes marginados entre matones segundones, la gringa amante de uno de ellos, el extraordinario borrachín que encarna El Licenciado quien asegura que: “tener la razón vale un carajo, lo que importa es tener cuates” y sobre todo, el propio Filiberto García que sólo tiene lealtad para sí mismo y tan sólo cumple órdenes, hacen de la novela de Bernal una obra maestra con un final tan emotivo como crudo y desolador.