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LA PUERTA y LA MUJER DEL CARNICERO (y LOS CHICLES)

Hacia 1968, Antología del miedo era un proyecto inspirado en historias de horror y misterio: una serie de episodios o mediometrajes de 27 minutos que serían realizados por figuras como: Ismael Rodríguez, Julio Bracho, Luis Alcoriza, Roberto Gavaldón, Emilio Fernández, Alejandro Galindo, Carlos Velo, Gilberto Gazcón, Luis Spota, Mauricio Walerstein y otros más. Finalmente, al parecer, sólo se realizaron tres: Los Chicles, escrito y codirigido por Bracho e Ismael Rodríguez, con música de Raúl Lavista y fotografía de Alex Phillips hijo y Raúl Martínez Solares, que hasta donde se sabe, jamás se estrenó ni en pantalla grande, ni en televisión debido a que Bracho nunca la terminó, aunque puede ser visto sin correcciones de color e imagen en la red.

En cambio, parte de esa misma propuesta de plantear relatos de terror y locura y que sí cristalizó fue el largometraje de tan sólo 70 minutos, La mujer del carnicero, dirigido por Ismael y Chano Urueta, exhibido junto con el cortometraje de 26 minutos de Luis Alcoriza: La puerta, bajo el título de La puerta y la mujer del carnicero, estrenado una semana antes de los fatídicos sucesos del 2 de octubre en Tlatelolco. Alex Phillips hijo fotografió el episodio de Ismael con música de Raúl Lavista; y Gabriel Figueroa, el de Alcoriza, con música de Los Inesperados y Los Jokers.

Los chicles (1968, dir. Julio Bracho)

Se trata de un par de breves rarezas: dos historias de terror sicológico unidas por el miedo y la culpa. La puerta, escrita por el propio Alcoriza y el cuentista y guionista Pedro F. Miret (Historias violentas, Nuevo mundo, Bloody Marlene), resulta una indiscutible obra de culto. Luego de un prólogo sobre los miedos a lo inexplicable, la cámara se coloca en el interior de una mansión donde se lleva a cabo una fiesta de matrimonios pudientes. Ahí, un grupo de invitados descubre una puerta que conduce a un pasillo del cual emerge la figura de un hombre musculoso —aparentemente desnudo— que intenta salir a la luz. Su presencia intimida a adultos y a jóvenes y después se convierte en el escarnio de todos, quienes liberan así sus fantasías y frustraciones. 

Sin negar la influencia de Luis Buñuel —El ángel exterminador, sobre todo—, La puerta resulta una atractiva y muy intensa alegoría sobre la brecha generacional en ese año de 1968 y sobre las paranoias del adulto pequeñoburgués, con un reparto que incluía a figuras añejas, recientes y nuevos rostros, como: Pancho Córdova, Rosario Gálvez, Ana Luisa Peluffo, Armando Silvestre, Augusto Benedico, Carlos Piñar, Luis Manuel Pelayo, Luis Lomelí, Beatriz Baz, Julie Furlong, Leticia Robles, Renata Seydel, Heydi Blue, Manuel Leal y el futuro luchador Tinieblas como el hombre misterioso y desnudo tras la puerta, entre otros.

Después, ese ambiente moderno desaparece para dar paso a un relato rural protagonizado por un castrador de puercos (Ignacio López Tarso), su mujer, una madura exprostituta (Katy Jurado) y un hombre que transporta varias monedas de oro (Manuel López Ochoa) en tiempos de la Revolución. Ismael Rodríguez terminó supliendo al realizador original, Chano Urueta, y condujo con desgano las incidencias de un relato de avaricia y sexualidad, y lo alternó con imágenes de sus películas revolucionarias. A su vez, acudió a paupérrimos efectos visuales para mostrar la descomposición mental de López Tarso, a quien un anciano (el propio Urueta) le hace beber una infusión de peyote y mezcal. Sin embargo, la película vale por la sólida presencia de Jurado y sus escenas eróticas: en una de ellas, acaricia el revolver de López Ochoa y luego revienta en su amplio escote las cuentas de su collar para que aquel se de vuelo manoseándole sus pechos.

La puerta y la mujer del carnicero (1969, dir. Ismael Rodríguez)

Finalmente, igual de atractivo que La puerta resulta el corto que quedó huérfano: Los chicles, que, sin abandonar el melodrama, planteaba de forma realista el tema de la explotación de menores además de insertar curiosos y atípicos elementos oníricos. El mediometraje inicia con un suicida que se arroja desde un puente seguido por un encabezado del diario El Heraldo: “Nueva crueldad de la vida moderna: el cese despiadado amenaza a mayores de 40 años”. Después, un burócrata (¡John Carradine!) es despedido y vaga por Paseo de la Reforma, donde se hace pasar por invidente para obtener dinero; ahí se topa con dos niños vendedores de chicles (Patricia Colín y Ahuí Camacho), explotados por una anciana (Isabel Vázquez “La Chichimeca”) con la que viven y que los agrede y amenaza todo el tiempo. Además del registro de época que incluye los cines Diana y Paseo, Buenavista y la Torre Insignia y la presencia de Paco Ignacio Taibo y Pedro de Urdimalas como extras, el desenlace ocurre en los juegos mecánicos de Chapultepec.

Mientras la anciana se dedica a beber cervezas en el exterior de la feria y los niños son obligados a vender en el interior de esta, la pequeña protagonista es conminada por Carradine a subirse a un juego y es ahí donde explotan sus miedos y traumas. La niña observa las caídas de agua de las fuentes, clavos que perforan sus pies y que le impiden caminar, y se ve entre las estructuras y en la cúspide de la Montaña Rusa, en una escena notable y antológica de un relato casi sin diálogos, que se mueve entre lo experimental, lo amateur y la documentación realista de una infancia en orfandad y situación de calle permanente, como sucede hoy en día.