15 · 05 · 25 México y Kaurismaki Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Rafael Aviña En el año 2023, el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) exhibió la fascinante cinta de Aki Kaurismäki Hojas de otoño cuya proyección contó con la participación de la actriz protagonista Alma Pöysti. No era ésta la primera ocasión que el cine de Kaurismäki se exhibía en Morelia; en 2011 se vio Le Havre. El puerto de la esperanza y, en 2017, la excepcional El otro lado de la esperanza. Sin embargo, la relación de ese brillante cineasta con México va más allá de sus historias siempre fascinantes, tan emotivas como divertidas, no exentas de su corrosivo humor finlandés, centradas por lo general en el tópico de las relaciones personales de seres solitarios desde perspectivas ácidas y conmovedoras. Alma Pöysti en la función de Hojas de otoño en el 21er FICM. Cartero, clavadista, crítico y actor de cine, Aki Kaurismäki (Finlandia, 1957) coescribió y actuó en el mediometraje de su hermano Mika, El mentiroso, en 1981; ese mismo año codirigió con él el documental La gesta de Saimaa para debutar, en 1983, como realizador en el cine de ficción con Crimen y castigo, y convertirse a partir de ese instante en un cineasta de culto en festivales internacionales, donde suele estrenar sus austeros y minimalistas relatos que se mueven entre la comedia del absurdo y el drama con tintes negros, protagonizados por personajes marginales que intentan controlar un destino adverso a partir de finales optimistas en apariencia, tal y como sucede con su trilogía sobre perdedores en urbes frías y hostiles, que incluye a: Nubes pasajeras (1997), El hombre sin pasado (2002) y Luces al atardecer (2006).En efecto, el caso del finlandés Aki Kaurismäki resulta luminoso y revelador. Sus protagonistas patéticos y solitarios deambulan en paisajes similares, sometidos a relaciones de trabajo degradantes y aburridas como la jovencita poco agraciada y fanática de las novelas rosas en La muchacha de la fábrica de cerillos (1990); el chofer de un camión de basura y la cajera de supermercado recién despedida en Sombras en el paraíso (1986); el burócrata que recibe un paupérrimo reloj “de oro” como liquidación, interpretado por Jean Pierre Leaud, en Contraté a un asesino a sueldo (1990); la humilde camarera del kiosco de comida callejera y el guardia de seguridad protagonistas de Luces al atardecer (2006); el alcohólico obrero soldador y la dependiente de un supermercado en Hojas de otoño (2023), y, con ellos, la lastimosa banda de polka-rock con sus copetes y botas puntiagudas en Los vaqueros de Leningrado en América (1989) o la pareja de amantes malditos involuntarios de Ariel (1988) que se conectan con nuestro país. Aki Kaurismäki Influenciados por su ambicioso representante, los integrantes de la banda Leningrad Cowboys —cuyas canciones tienen mucho de los temas populares rusos de la tundra — llegan a los Estados Unidos con el cuerpo congelado de su bajista, transportado en un ataúd donde, a su vez, guardan sus reservas de cerveza. Así, mientras intentan fusionar su estilo con el jazz, el country, el rockabilly y el rhythm and blues, viajan a lo largo del país, explotados por su manager y habitando miserables moteles, al tiempo que su meta final es llegar a México, donde tocarán en una boda y alcanzarán el éxito. Todo ello, en un insólito y disparatado road movie en el que aparece como vendedor de autos el gran cineasta independiente Jim Jarmusch.Por su parte, en Ariel, Taisto, un obrero metalúrgico sin trabajo, acepta inmutable el suicidio de un compañero que lo insta a irse. Con el auto que este le ha heredado, viaja a la deriva y se encuentra de manera azarosa con Irmeli, una divorciada treintañera con un hijo pequeño. Inician una silenciosa pero intensa relación, que no se rompe cuando Taisto es enviado injustamente a prisión de donde se fuga para emprender con Irmeli y su hijo una nueva aventura rumbo a México. Ariel (1988, dir. Aki Kaurismäki) Kaurismäki mezcla lo cómico y lo trágico para enfrentar con inteligencia y desparpajo una triste cotidianeidad a través de un curioso realismo poético, que puede rastrearse en la capota del automóvil que se eleva en el suicidio, en la casucha que se viene abajo, o en el tema musical extraído de El mago de Oz como alegoría de México ("ahí, donde el cielo siempre es azul, allá donde los sueños siempre se hacen realidad..."), un país que parece obsesionar al realizador a lo largo de su filmografía, simbolizado en ese barco que zarpa en la madrugada hacia tierras mexicanas y cuyo nombre da título al filme.